Te enseñaré el fervor


El influjo de lo débil

 

 

 

CAMINOS DE BÚSQUEDA

 

El libro que tienes en las manos quiere ser un ajuste de cuentas personal después de casi cincuenta años de vida religiosa. Es decir: pretende diseñar y evaluar el proceso que hemos recorrido los consagrados, ellas y ellos, en plural, a lo largo de estos años, desde la aprobación del decreto; Perfectae caritatis del Vaticano II hasta nuestros días. Es decir: expresar nuestros caminos de búsqueda generacionales vividos a lo largo de toda una vida adulta.

Estoy convencido de que a nuestra generación nos toca, con decisión y también con ternura, hacer un ajuste de cuentas con nosotros mismos y con nuestro compromiso religioso y eclesial. Nos lo debemos a nosotros y se lo debemos a las generaciones actuales de la vida consagrada y aún más a las futuras! porque estará bien que cerremos algunos procesos que nosotros iniciamos al menos hace cuarenta años.

        Hemos acumulado un capital grande de variadas experiencias en nuestro recorrido vital de la consagración, y nos debemos disponer a pasar el testigo liberando algunos bloqueos y señalando con humildad muchas equivocaciones. Sinceramente, creo que hemos realizado una buena tarea, y pese a las deserciones inevitables (o más bien los vulnerados y heridos en la contienda), estamos en camino de realizar un esfuerzo hermenéutico y práctico de adaptación y puesta a punto de las estructuras de la vida consagrada para la Iglesia del nuevo milenio.

        En esta búsqueda nuestra, a veces ofuscada de muchos modos, lo primero siempre ha sido buscar a Dios. Lo hemos buscado en tantos nuevos intentos de hacer más transparente su rostro y de vivir de cara a Él en nuestra contemplación callada y en nuestras actividades más comprometidas. Lo hemos buscado en lo escondido de nuestras capillas y en las calles y plazas en donde nos sale constantemente al encuentro. Realmente hemos consagrado a esta búsqueda de Dios las mejores energías de nuestra vida. Lo más hondo y verdadero de nuestra vida consagrada es que somos buscadoras y buscadores de Dios.

        Pero a lo largo de estos años también hemos ido ampliando los lugares de búsqueda y de encuentro del Señor. La comunidad religiosa de hermanos y hermanas, que se nos han regalado, ha sido un lugar de descubrimiento capital de la presencia de Dios. Él mismo, compañero y hermano, se nos ha acercado a la trama vital de nuestra existencia desde las otras vidas que comparten con nosotros espacio y aventuras. Hemos redescubierto la vida en común como un lugar teologal de búsqueda de Dios en lo más cotidiano de nuestra vida. ¡Y no de un modo fácil!

        Además, en estas últimas décadas, quizá lo más clave de la vida consagrada en la Iglesia ha sido que los religiosos y religiosas de muy variadas espiritualidades, nos hemos abierto al mundo de nuestras hermanas y hermanos en nuestros barrios y ciudades. Hemos descubierto que al ofrecerles el Evangelio, muchas veces torpemente, éramos evangelizados con ellos y ellas y además como miembros de un mismo cuerpo y llamados a una misma vocación. Los laicos se nos han hecho lugar de misión compartida y de espiritualidad común: mesa y hogar para nuestros desvelos y calidez y hondura para nuestros afectos y defectos.

        Pero sin duda, donde hemos hecho el descubrimiento mayor de nuestra búsqueda de Dios, ha sido en el compartir generoso de nuestra presencia sencilla entre los últimos de la sociedad, entre los pobres y marginados de la historia. Al hacer el recorrido en nuestras ciudades, tan segregadas, y trazar el itinerario hacia las periferias nos hemos descubierto caminando hacia el mismo corazón, pobre y humilde, del Señor. Particularmente en los pobres y de los pobres hemos aprendido dónde está la predilección de Dios y nos hemos dejado conformar con ellas y ellos en nuestra vida y misión.

        Desde ellos hemos redescubierto la presencia de Dios en la Iglesia. Porque nos han señalado que la Eucaristía es símbolo de pobreza compartida y de generosidad sin límites, en donde Dios se nos entrega con todo su corazón. En la Iglesia, con ellas y con ellos, hemos descifrado la virtualidad de una convocación que tiene a la Palabra de Dios por guía y consuelo. Hemos vivido la nueva fraternidad eclesial con nuestros hermanos sacerdotes y nos hemos sentido hijos e hijas fieles de la Madre Iglesia en sus pastores y teólogos.

        El verdadero rostro de Dios se nos ha mostrado como una revelación nueva, como un descubrimiento en medio de nuestro mundo. El Señor nos ha recompensado mostrándonos su rostro justamente cuando tocamos la hondura de nuestro desconcierto, cuando nos hemos podido acercar descalzos a la zarza ardiente y escuchar una Palabra única de liberación.

Al final descubrimos que “todos los caminos llevan a Roma”. Que ser buscadores de Dios nos pone en medio del mundo, que es nuestra pasión y nuestro tormento. Todas las búsquedas de Dios confluyen, porque sólo lo encontramos cuando Él se deja encontrar… por los que le buscamos!

De este modo hemos ido descubriendo que en tantos avatares como las consagradas y consagrados hemos vivido en este tiempo, en tantas búsquedas, Dios no está en la meta, sino en el camino. Que el camino recorrido ha sido el espacio de nuestra transformación, como le sucedió a Moisés. Como él, cuando echamos la vista atrás, descubrimos que hemos vuelto con un anuncio escuchado en el corazón…

El retorno de nuevo al mundo de la vida consagrada es como una búsqueda ardiente de Dios con una misión liberadora y salvífica; y por ello es consecuencia de una honda transformación interna. De haber sabido ponernos directamente en el amor, directamente en la herida, en el desconcierto y haber descubierto ahí en la zarza, el Dios escondido: en el rostro de Jesús, el Amado del Padre y el gozo de nuestro pobre corazón.